La crisis sanitaria que estamos viviendo ha puesto de manifiesto una prioridad fundamental, la salud. Es aquello que nos mantiene vivos y nos permite ejercer todas nuestras funciones vitales. Muchas veces la damos por asegurada y mientras gozamos de ella nos preocupamos de múltiples asuntos que llenan nuestras vidas cotidianas como el trabajo, la familia, las relaciones sociales, el ocio… pero cuando vemos mermada o amenazada nuestra salud… Nada importa más que eso.
Cada vez más la sociedad se preocupa de cuidarse y mira lo que come, hace deporte a diario, deja malos hábitos como fumar, trata de dormir 8 horas diarias, pero durante el confinamiento que estamos viviendo, hay algo que hemos pasado por alto… la calidad de los ambientes interiores y la salubridad de nuestro propio hogar. ¿Alguna vez te has preguntado la cantidad de horas que pasamos al día en lugares cerrados? Somos la generación conocida como “The Indoor Generation”, lo que significa que pasamos entre el 80 y el 90% de nuestro tiempo dentro de edificios o en espacios cerrados; ya sea en el trabajo, en colegios o universidades, en un bar o restaurante, en centros comerciales, en el gimnasio, en casa de familiares o amigos… Dadas las circunstancias, durante el período de confinamiento este hecho se ha vuelto más evidente. Ahora sí, todos somos conscientes de que estamos viviendo, trabajando, estudiando, haciendo deporte y realizando todas las actividades de nuestro día a día dentro de casa. Estamos pasando el 100% de nuestro tiempo dentro de un espacio cerrado. Ahora que estamos en casa ¿Te has parado a observarla con detenimiento? Habría que mirar si nos protege del frío, nos resguarda frente al viento, nos aísla de los ruidos externos, si deja entrar la luz natural, si tiene moho o algún tipo de humedad (sobre todo en ventanas), si mantiene una temperatura y humedad constantes o si las condiciones de higiene del aire son buenas. ¿Crees que todo eso afecta o tiene consecuencias para la salud?. La respuesta es sí.
En el ámbito científico se ha descubierto que el aire interior, es decir, el que tenemos en espacios cerrados como en nuestra casa, puede estar hasta cinco veces más contaminado que el aire exterior. Asimismo, se han evidenciado otros resultados como que la falta de luz natural puede afectar al rendimiento escolar, académico o profesional (cuando estudiamos o trabajamos en casa) y además puede ocasionar aumento de la presión arterial. Las habitaciones de nuestras casas concentran altas cargas tóxicas promovidas por el desprendimiento de los materiales de los que están hechas. Todos los objetos de los que disponemos y nos rodean emiten cargas al aire… Los científicos han descubierto que las viviendas que tienen algún tipo de humedad y/o moho aumentan el riesgo de padecer asma en un 40%, también que algunas alergias son consecuencia de un entorno interior malo. Incluso dependiendo de la zona geográfica donde esté ubicada nuestra casa, corremos el riesgo de estar expuestos a unas altas concentraciones de gas radón dentro de la vivienda. El radón es un elemento radiactivo de origen natural del cual se empezó a advertir sobre su peligrosidad en 1979, cuando en un grupo de trabajo sobre calidad de aire en interiores se valoró la exposición residencial al radón como factor de riesgo. A día de hoy, tanto la OMS, la Comunidad Europea y aquí en España, el Consejo de Seguridad Nuclear han reglado un marco normativo estableciendo unos valores máximos de gas radón dentro de los edificios.
A la luz de estos datos, resulta evidente que la salud y la vivienda están íntimamente ligados. Aunque hasta ahora no nos hubiésemos parado a reflexionar sobre ello, tal vez sería conveniente preguntarse si nuestra casa cuida de la salud de los que habitamos en ella o, por el contrario, aumenta los riegos de padecer alguna enfermedad. Tener la mejor casa posible no es cuestión de una economía boyante sino de saber invertir en aquello que es mejor para ti y tu familia.
¿Cómo te gustaría vivir a partir de ahora?